Madre
mía, el destino quiso que nos dejaras mucho antes de lo esperado, quizás alguna
vez pensaste que ya no te necesitábamos
porque éramos mayores y podíamos estar sin ti, ¡qué error!, siempre nos haces
falta, no para ayudarnos a realizar una labor, pero sí para aconsejar en un
momento determinado; hablar del pasado, presente o futuro. Una conversación contigo
y una sonrisa, no imaginas el valor que tienen.
Sabes
muy bien que cuando enfermamos o estamos con un fuerte dolor, lo primero es ¡ay
mi madre!, y con pasar tu mano o con un beso ardiente sobre nuestra frente, tal
vez no del todo, pero sí alivias nuestro dolor, porque eres un ser divino que creas
magias para hacer sentir bien a tus hijos.
Madre,
extrañamos tu presencia, el verte sentada en tu sillón elegido frente a la
televisión disfrutando del béisbol, tu deporte preferido u otro programa, esos
musicales que te hacían recordar cuando bailabas y eras unas de las mejores bailadoras
de tu época, tus ojos brillaban de alegría, parecía que lo vivías de nuevo, estoy
segura de que así era, pues recordar es
volver a vivir.
Tú,
la primera en perdonar nuestros errores porque eres comprensión, ternura, amor,
energía, eres lo más bueno y bello que creó la naturaleza, estarás viva en mi
pensamiento aunque pasen y pasen los años, pues ya han transcurrido 11 desde aquel fatídico 8 de junio y parece
que fue ayer, porque el amor de madre es único, el más puro y verdadero e inolvidable.
“Toda madre debiera llamarse Maravilla.”
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