lunes, 7 de agosto de 2017

Amamantar es amar




Mamá apurada lava los pechos porque ya están llenos, “¡ay, ay!, se me botan”, carga al bebé que ha comenzado a llorar, lo acomoda y, no más sollozo. ¡Vaya criatura, parece como si quisiera tragárselo!, ella se lamenta, le duele, y eso que no tiene dientes, con el otro pezón sucede lo mismo. Esta dolencia es muy desconcertante, puede estar acompañada por grietas, lesiones, inflamaciones….

Alguien la aconseja

“¿Dejar de lactar por no soportar el dolor? ¡Qué va, eso es un error!”.

La leche materna es el mejor alimento que una madre logra ofrecer a su hijo y no solo por ser el más completo y contener todos los nutrientes que necesita para su crecimiento durante los primeros meses de vida, sino por la relación afectiva que se establece entre la madre y su bebé mientras dura el acto de amamantar; también protege al niño de muchas enfermedades.

Lactar es muy importante: la leche no se fabrica, no hay que comprarla ni hervirla ni envasarla; tampoco hay que levantarse de madrugada a calentarla. A la hora que la criatura tenga hambre, ahí está, solo cargarla y a chupar; no importa en el lugar que se encuentren.

Algo más, las mujeres que amamantan pierden rápidamente el peso alcanzado en el período del embarazo, y es muy difícil que padezcan de anemia, hipertensión y depresión posparto.

Un momento conmovedor es cuando un niño llora y rápidamente la madre, le pone el pecho y el bebé comienza a succionar hasta saciar el hambre y al terminar suelta el seno y con la boca aún embadurnada de leche, sonríe y mira a su progenitora como diciéndole, “estoy lleno y feliz, mamá”.

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