jueves, 26 de enero de 2017

Una vida y media en los ojos de Juan Bautista




Juan Bautista Ramírez Hernández tenía ya 56 años el día que triunfó la Revolución Cubana. Casi toda la historia contemporánea de esta Isla se puede adivinar en unos ojos realmente cansados de tanto mirar, que han vivido lo suficiente para recorrer de arriba a abajo todo un siglo y ver el nacimiento de un nuevo Milenio.

Instalado con comodidad en el rincón de la casa que ha declarado su propiedad exclusiva, este jobabense todavía alegre desgrana con sorprendente claridad pasajes de su vida y se toma con calma la extraordinaria cifra de 115 años a los que ha arribado este 26 de enero.

El que probablemente sea el anciano más longevo de todo el país, asume con naturalidad semejante privilegio. "Sí, es posible que sea el más viejo de Cuba, pero eso no es gran cosa. A esta edad ya solo estoy pendiente de comer bien. Claro, que si aparece por ahí alguna dama tampoco está de más...", jaranea en el mismo tono socarrón de todo su animado monólogo.

La edad que para la inmensa mayoría de los humanos es apenas un símbolo, una meta idílica, para él está casi al alcance de las manos. "Una enfermera me dijo el otro día que iba a llegar a los 120 años, aunque yo no estoy tan seguro. Me siento bien, con apetito, pero son muchos años ya. De todas maneras, hace como un mes me nació otra tataranieta y quiero por lo menos verla caminar, así que vamos a ver".

Curiosamente, el mismo hombre que se ganó por años el pan desbrozando montes y cortando bolos de madera para las traviesas del ferrocarril, es el responsable de un árbol genealógico realmente asombroso: 13 hijos, 39 nietos, 55 bisnietos y 15 tataranietos.

"El 31 de diciembre todo el mundo andaba medio alocado, pero yo estaba ahí callado, tranquilo, hasta ver qué pasaba. Cuando amanecí el primero de enero y me di cuenta de que había llegado a otro año me dije: Bueno, estás otra vez en el tronco del árbol, a ver si llegas de nuevo a diciembre, a la punta de la rama", se atreve a filosofar, ya sin urgencias, decidido a dar solo un paso a la vez.

                                           NO HABÍA TIEMPO PARA HISTORIAS...

Laudencia Ramírez, una de las hijas de Juan Bautista, apenas atesora recuerdos de la niñez junto a su padre: "Mi papá se iba todos los días de madrugada y volvía ya de noche, cuando estábamos durmiendo. Casi nunca lo veíamos".

Nacido en Palma Soriano e inscrito en Alto Cedro un día de 1902, Juan Bautista había llegado con solo 10 o 12 años al sur del actual municipio de Jobabo. Una vez asentada la familia en la zona de San Vicente, su padre Francisco cerró un trato con el dueño de aquellas tierras, Juan Machado, para limpiar algún pedazo de malezas y sembrar posturas de café.

"Yo estoy orgulloso -dice- de haber nacido en Santiago, una tierra donde vivieron y murieron tantos valientes. Mi padre nos hablaba mucho de las guerras de Independencia y de los mambises que conoció; pero los tiempos no estaban para historias y ya yo tenía edad de poder levantar un hacha. Así que me tuve que poner a trabajar y después de que nos mudamos para un lugar cerca (del poblado) de El 9, hacía cualquier cosa con el hacha o el machete. Con 12 años comencé a ganarme mis primeras pesetas".

Fue precisamente el filo de un hacha el que le cercenó tres dedos de un pie, en los tiempos lejanos de su juventud. Muchas décadas después, durante el llamado Período Especial y ya con 90 años sobre la espalda, mientras se empeñaba en seguir trabajando un accidente con un machete le costó perder casi toda la oreja izquierda.

Son las heridas y cicatrices de un hombre que peleó una guerra propia, sin treguas, a base de trabajo duro y sacrificio. Solo así pudo haber sacado adelante a sus 13 hijos casi sin ayuda, pues su primera esposa falleció en un parto, y la segunda lo abandonó cuando los niños eran aún muy pequeños.

"Aprendí muchas cosas en la vida, menos a robar. Todo lo he resuelto con mis puños, con mis propias manos, y eso es lo que siempre les dije a mis hijos: sobre todas las cosas, la honradez, ir siempre con la verdad por delante.

"Cuando eran chiquitos, los muchachos no sabían de dónde salían las cosas, pero yo iba a pie leguas y leguas, trabajando en lo que apareciera. Después para regresar había que venir escondido, atravesando monte y saltando cercas, porque eran tiempos malos y cuando ponían el toque de queda no se podía andar por ahí después de las 7:00 de la noche. Y para llevar dinero y comida a tantos hijos había que trabajar sin parar desde que clareaba hasta que se hacía noche cerrada".

                                           MADAMA Y LA FOTOGRAFÍA DE UNA ÉPOCA

Juan Bautista es el último de 26 hermanos de un único matrimonio y en la familia cuentan que al menos otros dos de ellos sobrepasaron con amplitud el centenar de años.

A la vuelta de tantas décadas, su rostro todavía se contrae mientras revela una historia con ciertos tintes tragicómicos, que en realidad es la fotografía de una época triste, ya superada. A medida que cuenta de "Madama" y de cómo les salvó la vida a varios de sus hermanos, sus gestos se quedan a medio camino entre los que no dejan de ser recuerdos dolorosos y la jocosidad a la que constantemente apela a la hora de abordar su pasado.

"Mi madre no podía cuidar de tantos hijos a la vez. Éramos demasiados y una chiva que había en la casa era la encargada de amamantar a muchos de mis hermanos. Se llamaba Madama y estaba ya amaestrada: le ponían una toalla debajo y los muchachos se prendían directamente de sus tetas. Me acuerdo que oía a algún niño llorar y, estuviera donde estuviera, se volvía loca, se paraba en dos patas y venía corriendo a darle de mamar.

"Un día Madama amaneció ahorcada por accidente en su corral. Muchos de nosotros la lloramos como si fuera una más de la familia y a nadie se le ocurrió tocar su carne. Tampoco quisimos que se aprovecharan los perros o las tiñosas, y por eso hicimos una tumba y la enterramos cerca de la casa".

                                      "FIDEL ES LO MÁS GRANDE DEL MUNDO"

Con el Primero de Enero de 1959, mucho cambió en aquel cuadro desolador. Aunque lo intenta, la memoria de Juan Bautista reciente el paso del tiempo y no consigue recordar cómo fueron aquellos primeros años posteriores al triunfo.

Sin embargo, un solo nombre basta para que sus ojos vuelvan a brillar por un instante. "Fidel Castro para mí es algo muy grande, lo más grande de este mundo", asegura con vehemencia mientras intenta incorporarse de súbito.

"Cuando Fidel bajó de la Sierra y llegó a La Habana, ya Batista había empaquetado todas sus cosas y se había ido en un avión a ras de agua para Santo Domingo. Tuvo que irse corriendo y desde entonces los cubanos ya sabíamos que al fin Cuba era nuestra. Eso se lo debemos a Fidel".

Juan Bautista Ramírez Hernández, el hombre que este jueves 26 de enero cumplió 115 años de vida, consigue finalmente ponerse de pie y con la ayuda de dos bastones se planta delante de la cámara. El lente captura la imagen de un rostro casi decimonónico, ajado por las décadas y las vicisitudes, pero al mismo tiempo patriarcal y satisfecho de haberle peleado cada día a su existencia.

Quizás por eso la despedida no es tal, sino la concertación de un acuerdo formal: el de reencontrarnos dentro de cinco años, para celebrar los 120: "Que Dios te dé luz, periodista, y que nos guíe para encontrarnos. Que nos acompañe, a ver si lo conseguimos: el compromiso va".



                                         Tomado de 26         Escrito por Dubler Vázquez Colomé

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