
Tus ojos expresaban tristeza, y no podías hablar, me impresioné mucho y comencé a aplaudir y a repetir, Fidel, Fidel, Fidel…, lo mismo hicieron quienes rodeaban el lugar, también los que se iban incorporando y, ¡vaya asombro!, me miraste y sonreíste, colocaste tu mano derecha en el pecho y saludaste con una reverencia, no podía ser de otra manera, eras el Fidel de siempre.
Con este bonito sueño comprendí que estás presente en mí y que eres el faro que ilumina la senda por recorrer para continuar tu obra imperecedera. Sigues vivo, mi Comandante, el Comandante en Jefe, el de la Revolución Cubana.
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