viernes, 22 de diciembre de 2017

Maestra... para toda la vida

  

Las Tunas.- Cuarenta y cinco años es mucho tiempo, es más de media vida y dedicarlos por entero a una labor noble, digna, merece profundo respeto. Esa admiración la recibe a su paso Peegy Margarita. Por la calle que transita, en cada lugar al que llega, encuentra un retoño que salió de sus manos, para convertirse en árbol robusto que hoy da frutos a la sociedad.

Se formó como maestra a principios de la década del 70 y aún integra el gran ejército que esparce la sabia del conocimiento. Sin embargo, su primer acercamiento a la educación se remonta más atrás, a los calendarios iniciales de la Revolución, en los que con 13 años alfabetizó a toda una familia.

"Mis hermanos fueron a alfabetizar a otros lugares, pero los cánones de esa época eran muy rígidos. Al ser mujer y muy joven, mi padre no me permitió ir, el asesor pedagógico habló con él y entonces me autorizó a hacerlo cerca de la casa.

"Resultó muy complejo. El adulto cuando no ha escrito nunca tiene un control muscular tosco. Se desanimaban, pero fui insistente y noche tras noche llegaba con la cartilla y el manual. Fue impactante cuando la señora mayor escribió la carta de agradecimiento a Fidel. Ahí comenzó mi profesión.

"Me casé joven y tuve hijos. Luego, con 24 años, comienzo a trabajar de manera empírica. La necesidad de personal que había en ese período precisaba de mucha formación emergente. Luego matriculo en el Instituto de Superación Educacional y obtengo mi título en 1975.

"Mis inicios fueron complicados, porque no tenía la preparación adecuada y una vez estuve toda la noche, tratando de planificar la clase. Aprendí en el camino, con esfuerzo y laboré numerosos años con alumnos de Primaria hasta cuarto grado.

"El primer grado es trabajoso, pero muy lindo. Enseñar a un niño a leer y escribir se asemeja a moldear una roca con tus propias manos y la recompensa es maravillosa. Para lograrlo hay que tener mucha paciencia y dedicarles mucho amor".

Peegy es una mujer sencilla, amable, pero con la palabra firme y la mirada profunda. Sus criterios acerca del magisterio son fuertes y certeros. "Si a usted no le gusta enseñar, si no posee vocación, nunca va a lograrlo, porque hay que sentirlo, amarlo, tiene que regocijarte lo que haces.

"Actualmente hay quienes esgrimen que falta estímulo para nuestro sector y no digo que sea falso, pero el mayor premio es educar. Ganamos el respeto y la consideración de las familias si demostramos que sabemos y preparamos a sus pequeños, porque todos queremos buenos maestros para nuestros hijos".

Su currículo es tan amplio como sus décadas de trabajo. Directora de varios centros, metodóloga e internacionalista. "Fui solicitada para asesorar un proyecto de articulación entre las enseñanzas Preescolar y Primaria en la República Bolivariana de Venezuela. Estuve dos años llevando esta experiencia. Los apoyamos para mejorar sus resultados y regresamos dos veces más, para comprobar lo que habíamos orientado".

Problemas de salud la precisaron a retirarse, pero le sucedió como a muchos, no logró quedarse al margen. Cuando se sintió recuperada regresó con nuevos bríos, porque se es maestro para toda la vida.

"Me propusieron integrarme al claustro de la escuela pedagógica Rita Longa y la idea me gustó tanto, que llevo cuatro cursos. Todos los que se gradúan de la especialidad de Primaria pasan por mis manos. Tengo la misión de prepararlos para el ejercicio de culminación de estudios.

"Ellos reciben instrucción didáctica y metodológica. Cumplen también con una práctica fuerte, pero siempre les digo que uno no es maestro hasta que tiene la tiza en la mano. Trato de transmitirles confianza y seguridad, porque la educación general es la base de las demás ciencias y profesiones. Converso mucho para que comprendan esto y sientan la importancia de su labor.

"No he vivido malas experiencias, porque me gusta mi profesión. Satisfacciones he tenidos muchas. La más grande es encontrar en la calle a tantos estudiantes que hoy se desenvuelven en los más disímiles oficios y que dicen cuando me ven: ¡Ella fue mi maestra, me enseñó a leer y a escribir!"

Como madre tierna y abnegada, piensa siempre en las nuevas generaciones. A los más noveles dedicó los últimos minutos de nuestro diálogo. "Los maestros jóvenes necesitan el apoyo de los más experimentados, de las familias y los directores que los reciben. No los pueden dejar solos, ni señalarlos al primer tropiezo, porque tienen deseos de hacer y es nuestra responsabilidad guiarlos, para que puedan desarrollarse con éxito, porque no todos pueden ser maestros".

Tomado de 26. Escrito por Elena Diego Parra

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